Recuerdos de su infancia en Gualeguay (1901-1914)
Tuvimos un gran árbol, para un barrio su efluvio.
Adentro iba una voz disponiendo esplendores
y en los patios duraba la sombra de los nuestros…
Entonces, los regalos venían de los montes.
La dicha entretuvimos mirando unas amigas.
Lentas, bajo sombrillas de colores, llegaban
a pasar con nosotros un cariñoso día
de manos ocurrentes y flores visitadas.
Son recuerdos. Ese árbol queriendo todo el patio,
aquellos que no vuelven a su sombra, otras voces,
las tardes que venían oliendo a campo. Lejos
quedaron, con la vida reservada de entonces.
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Luz de Provincia (Fragmento)
de Conocimiento de la noche (edición de 1956)
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En aquellos lejanos días, mis paseos no respondían a ninguna voluntad de ofrenda. Por imperio de la edad, todo era juego desaprensivo y contemplación gratuita. El 7 de octubre de 1910, hacia el anochecer, miré el cielo apagado. Mis ojos se detuvieron en su luz purísima. Había llovido por la mañana, pero las nubes, al apartarse, dejaban ver el azul delicado de la altura. Aquel cielo me atrajo como si fuera la intimidad de una persona extraordinaria y remota. El suave color del espacio se fue borrando en la hora fría, pero de alguna manera persiste en mí. Como era el día de mi cumpleaños, y acababa de recibir un telegrama congratulatorio de mis padres, que estaban en Buenos Aires, y como el agasajo acentuaba mi nostalgia, ese antiguo crepúsculo se fijó en la memoria de su testigo. Desde un patio, sí, como quien advierte por primera vez que la caducidad y la hermosura van juntas, miré el cielo mortecino de aquel 7 de octubre.
Unos meses antes había mirado el cometa Halley, visitante celeste que me despertó durante dos o tres madrugadas. En efecto, se me llamaba en la alta noche para que lo viera, pues no otra cosa quería mi curiosidad, mi afición a lo prodigioso. Esa presencia astral me lleva a pensar en los inviernos de antes, de los cuales nos defendía un brasero de bronce –lo rodeaba una vasta circunferencia de madera donde descansaron mis pies- en cuya hondura el fuego era vívido y alegre.
En los hermosos días me era dado ganar la fronda y conocer las afueras. Con otros chicos, una fresca tarde de verano, pasé frente a una casa que estaba en el linde del pueblo; a través del alambrado vi un viejo caballo blanco que pacía en el traspatio agreste. Causaba la impresión de haber quedado allí para siempre, como si ningún poder humano o divino pudiese perturbarlo. No lejos del animal inmóvil estaba sentado un hombre de edad…
Fragmento de Las fiestas y los héroes, capítulo III de Recuerdos de un Provinciano
Carlos Mastronardi, nació en Gualeguay en 1901 y falleció en Buenos Aires en 1976, donde vivió gran parte de su vida, trabajó como periodista y concretó su obra poética, plena de juegos de la memoria con presencia nostálgica de la vida rural y provinciana, la reflexión sobre el mundo real y el paso del tiempo.
Bibliografía:
Poemas, antología de Carlos Mastronardi, Selección y estudio de Jorge Calvetti, EUDEBA, Bs. As. 1966.
Mastronardi, Carlos, Recuerdos de un Provinciano, Ediciones Culturales Argentinas, Bs. As. 1967.
Fotografías del archivo del Museo Ambrosetti de Gualeguay, procesadas y retocadas digitalmente
por Jorge Surraco.
por Jorge Surraco.
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