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domingo, 4 de agosto de 2013

Las múltiples caras del Libertador 1



Los retratos literarios y pintados del General San Martín 1

Por Jorge Surraco Ba

Oleo de José Gil de Castro-Chile.1818
             De todos nuestros próceres, probablemente don José Francisco de San Martín y Matorras, sea el más retratado visual y literariamente hablando. Creemos que quién puede acercársele o quizá superarlo, sea  el libertador que concluyó la obra iniciada por el argentino. El también nuestro: Simón Bolívar. Precisamente, el retrato de Bolívar que acompañó a San Martín en su exilio, fue pintado por su hija Merceditas.
            Pero es muy difícil para nosotros hacernos una idea cabal de cuál era la fisonomía de José de San Martín; de cuál era su presencia física. Más difuso queda, tener un concepto apropiado de sus expresiones faciales, pero datos y referencias no faltan para que intentemos una aproximación a su figura. Tarea complicada porque los retratos pintados difieren bastante de uno a otro y algo similar pasa con los retratos escritos.
 
Grabado de Cooper-Londres 1921
Trataremos de hacer un repaso de las principales descripciones que se han hecho, a cargo de quienes lo han conocido personalmente. De allí surgirán rasgos coincidentes en la apreciación de los testigos. Pero otros serán relativamente contradictorios. Aparecen características físicas como su estatura y corpulencia, con tendencia general hacia la armonía de proporciones: la oscuridad de su piel, que debe haber sido muy mentada aquí después de su exilio, pues Juan Bautista Alberdi se asombra de no ver al indio que había formado en su mente. Su voz, que era varonil, baja y bien manejada al hablar; y, sobre todo, la particularidad de sus ojos: "La mirada terrible", como escribió Vicuña Mackenna. “Tienen un fuego y animación que se harían notables en cualesquiera circunstancias", dice un testigo: ''negros rasgados y penetrantes'", complementa otro; yuna mujer —desafecta a San Martín, por otra parte— apunta que sus ojos "tienen una peculiaridad que solo había visto antes una vez en una célebre dama: son oscuros y bellos pero inquietos: nunca se fijan en un objeto más de un momento, pero en ese momento expresan mil cosas" (Mary Graham, 1822).[1]
Miniatura de José Gil de Castro-Chile-1817

De los retratos pintados de San Martín que conocemos, podemos inferir la preocupación que tuvieron sus autores, por fijar la particularidad de su mirada, quizá casi imposible de plasmar en una pintura. Se menciona también su sonrisa cautivadora y se dan referencias de su gesticulación, como el fragmento en el que Jerónimo Espejo relata el golpe del dedo sobre el botón desabotonado del subalterno, o el “¡Eh, Está usted”, acompañado de una vibración en sus dedos, como para ver si lo han comprendido.

Nos detendremos en esta oportunidad en los retratos literarios que lo describen físicamente para, más adelante, trabajar sobre los retratos pintados, que si bien ya disponemos de una buena cantidad de reproducciones diferentes, aspiramos a lograr en un tiempo, sino la totalidad existente, por lo menos un número que se le aproxime. En cuanto a los aspectos morales y conductuales, mucho se ha publicado hasta el hartazgo por lo que no es objeto de nuestro interés por el momento.
 
Miniatura anónima-Lima 1822
Así lo vio un agente del gobierno norteamericano
“Tiene, según creo, 39 anos; es hombre bien proporcionado, ni muy robusto ni tampoco delgado, más bien enjuto; su estatura es de casi seis pies, cutis muy amarillento, pelo negro y recio, ojos también negros, vivos, inquietos y penetrantes, nariz aquilina; el mentón y la boca, cuando sonríe, adquieren una expresión singularmente simpática. Tiene maneras distinguidas y cultas y la réplica tan viva como el pensamiento.”[2] Worthington, así se llamaba el agente de Estados Unidos, que lo entrevistó antes de la batalla de Maipú.

De un oficial británico que combatió por la causa americana
“San Martín es alto, grueso, bien hecho y de forma marcadas: rostro interesante, moreno, y ojos negros rasgados y penetrantes. Sus maneras son dignas, naturales, amistosas, sumamente francas, y que disponen infinito a su favor. Su conversación es animada, fina e insinuante, como la de un hombre de mundo y de buen trato.”[3]  Guillermo Miller era el oficial británico que combatió para los americanos (vaya a saber por qué), lo conoció en Chile en 1818.
 
Miniatura de Wheeler-Londres-1823
Un comerciante inglés lo describe así
         “. . .Me impresionó mucho el aspecto de este Aníbal de los Andes. Es de elevada estatura y bien formado, y todo su aspecto sumamente militar: su semblante es expresivo, color aceitunado oscuro, cabello negro y grandes patillas sin bigote: sus ojos grandes y negros tiñen un fuego y animación que se harán notables en cualesquiera circunstancias.”[4]  El comerciante inglés, Samuel Haigh Residió diez años en América del Sur. Llegó a Buenos Aires en 1817 y al año siguiente conoció a San Martín.

Un marino de la Real Armada Británica
         “Junio 25 de 1821. — Hoy tuve una entrevista con el general San Martín a bordo de una goletita de su propiedad, anclada en la rada del Callao…
Litografía de Nuñez de Ibarra
…A primera vista había poco que llamara la atención en su aspecto, pero cuando se puso de pie y empezó a hablar, su superioridad fue evidente. Nos recibió muy sencillamente, en cubierta, vestido con un sobretodo suelto y gran gorra de pieles, y sentado junto a una mesa hecha con unos cuantos tablones yuxtapuestos sobre algunos barriles vacíos. 

Es hombre hermoso, alto, erguido, bien proporcionado, con gran nariz aguileña, abundante cabello negro, e inmensas espesas patillas obscuras que se extienden de oreja a oreja por debajo del mentón; su color era aceitunado obscuro, los ojos, que son grandes prominentes y penetrantes, negros como azabache; siendo todo su aspecto completamente militar. Es sumamente cortés y sencillo, sin afectación en sus maneras, excesivamente cordial e insinuante, y poseído evidentemente de gran bondad de carácter; en suma, nunca he visto persona cuyo trato seductor fuese más irresistible.”[5] Basilio Hall, marino escocés que recorrió las costas del Pacífico en la época de la guerra de la independencia.
 
Oleo de Mariano Carriles-Lima 1822
A un señor sueco le gustó muy poco
            “…San Martín es hombre de estatura mediana, no muy fuerte, especialmente la parte inferior del cuerpo, que es más bien débil que robusta. El color del cutis, algo moreno con facciones acentuadas y bien formadas. El óvalo de la cara alargado, los ojos grandes, de color castaño, fuertes y penetrantes como nunca he visto. Su peinado, como su manera de ser en general, se caracteriza por su sencillez y de apariencia muy militar. Habla mucho y ligero sin dificultad o aspereza, pero se nota cierta falta de cultura y de conocimientos de fondo… Con los soldados sabe observar una conducta franca, sencilla y de camaradería. Con personas de educación superior a la que él posee, observa una actitud reservada y evita comprometerse… 
 
Miniatura anónima sin fecha
Algo difícil de fiarse en sus promesas, las que muchas veces hace sin intención de cumplir… Trabaja mucho, pero en detalles, sin sistema u orden… Hay motivos para reprocharle no haber actuado con energía…”[6]  Jean Adam Graaner se llamaba este señor sueco que conoce a San Martín en mayo de 1818, en Buenos Aires, en un viaje que hace el Libertador, luego de triunfar en las batallas de Chacabuco y Maipú. ¿Es posible que este dato de dos batallas ganadas que aseguran la independencia de dos países y el conocido cruce de los Andes, hayan motivado una visión negativa del héroe? (¿O sí?).

Continúa en la entrada siguiente


[1] Diario La Prensa de Buenos Aires del 25 de febrero de 1978.
[2] Worthington, W.G.D., El día de Maipú; Incluido por José Luis Busaniche en San Martín visto por sus contemporáneos, Buenos Aires, 1942, pag. 104.
[3] Miller, Guillermo
[4] Haigh, Samuel, Bosquejo de Buenos Aires, Chile y Perú,
[5] Hall, Basilio, El general San Martín en el Perú, Incluido por José Luis Busaniche en Estampas del Pasado, t.1, Hyspamérica, Buenos aires, 1986.
[6] Graaner, Jean Adam, Las provincias del Río de la Plata, Incluido por Busaniche, idem ref. 5.

Las múltiples caras del Libertador 2 (continuación)



Los retratos literarios y pintados del General San Martín 2

Por Jorge Surraco Ba


Dos oficiales de su ejército lo vieron de esta manera
Oleo atribuido a la Prof de Mercedes-1829
         “El general San Martín era de una estatura más que regular, su color moreno, tostado por las intemperies; nariz aguileña, grande y curva: ojos negros, grandes y sus pestañas largas; su mirada era vivísima, que al parecer simbolizaba la verdadera expresión de su alma y la electricidad de su naturaleza; ni un solo momento están quietos aquellos ojos: era una vibración continua la de aquella vista de águila; recorría cuanto le rodeaba con la velocidad del rayo, y hacía un rápido examen de las personas, sin que se le escaparan aun los pormenores más menudos. Este conjunto era armonizado por cierto aire risueño, que le captaba muchas simpatías. EL grueso de su cuerpo era proporcionado al de su estatura, y además muy derecho, garboso, de pecho saliente, tenía cierta estructura que revelaba al hombre robusto, el soldado de campaña. Su cabeza no era grande, más bien era pequeña, pero bien formada: sus orejas eran medianas, redondas y asentadas a la cabeza, esta figura se descubría por entero, por el poco pelo que usaba, negro, lacio, corto y peinado a la izquierda, como lo llevaban todos los patriotas de los primeros tiempos de la revolución. 

Litografía-Génova 1850
Su boca era pequeña: sus labios de regular grueso, algo acarminados,[1] con una dentadura blanca y pareja; usó en los primeros años un pequeño bigote y patilla corta y recortada; ésta fue su costumbre general, desde que fue de intendente a Mendoza. Lo más pronunciado de su rostro eran unas cejas arqueadas, renegridas y bien pobladas. Pero en cuanto fue ascendido a general, se quitó el bigote. Su voz era entonada de un timbre claro y varonil, pero suave y penetrante, y su pronunciación precisa y cadenciosa… 
Litografía de Madou-1828

…Su traje, por lo general, era de una sencillez republicana, Vestía siempre en público el uniforme de granaderos a caballo, el más modesto de todos los del ejército, pues no tenía adornos ni variedad de colores i como otros cuerpos usaban en aquel entonces.

Su vestido familiar dentro de casa, era una chaqueta de paño azul larga y holgada, guarnecida por las orillas y el cuello con pieles de marta de Rusia, y cuatro muletillas de seda negra a cada lado para abrocharla por delante; en invierno, un levitón o sobretodo de paño azul hasta el tobillo, con bolsillos a cada costado a la altura de la cadera, y por delante, botonadura dorada para abrocharlo; y de ordinario, usaba una cachucha[2] de pieles de marta de Rusia también, con un galón de oro angosto en la visera. Con el mismo levitón, solía salir otras veces, a la calle, en los días fríos y lluviosos, pero con elástico y con sable.” 
General Jerónimo Espejo




 El coronel Manuel Antonio Pueyrredón, oficial del Ejército de los Andes, es quien lleva originalmente al papel esta descripción. Años después, el general Jerónimo Espejo, la tomó para su libro “El paso de los Andes”. El hecho de que Espejo integrara el ejército de San Martín, da cierto matiz de veracidad a esta descripción.[3]






Litografía de Madou-Bruselas 1827

El encuentro con Juan Bautista Alberdi
         “…Entró por fin, con su sombrero en la mano, con la modestia y apocamiento de un hombre común, ¡Qué diferente le hallé del tipo que yo me había formado, oyendo las descripciones hiperbólicas que me habían hecho de él sus admiradores en América! Por ejemplo; yo le esperaba más alto, y no es sino un poco más alto que los hombres de mediana estatura. Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado; y no es más que un hombre de color moreno, de los temperamentos biliosos. Yo le suponía grueso, y sin embargo le que lo está más que cuando hacia la guerra en América me ha parecido más bien delgado; yo creía que su aspecto y porte debían tener algo de grave y solemne; pero lo hallé vivo, fácil en sus ademanes, y su marcha, aunque grave, desnuda de todo viso de afectación. Me llamó la atención su metal de voz, notablemente gruesa y varonil. Habla sin la menor afectación, con toda la llaneza de un hombre común…
Así lo vio Alexander Clark-Londres 1829

         …Su bonita y bien proporcionada cabeza, que no es grande, conserva todos sus cabellos, blancos hoy casi totalmente; no usa patilla ni bigote a pesar de que hoy los llevan por moda hasta los más pacíficos ancianos. Su frente, que no anuncia un gran pensador, promete sin embargo una inteligencia clara y despejada; un espíritu deliberado y audaz. Sus grandes cejas negras suben hacia el medio de la frente, cada vez que se abren sus ojos llenos aún del fuego de la juventud. La nariz es larga y aguileña; la boca, pequeña y ricamente dentada, es graciosa cuando sonríe: la barba es aguda.
Estaba vestido con sencillez y propiedad: corbata negra atada con negligencia, chaleco de seda negro, levita del mismo color, pantalón mezcla celeste, zapatos grandes. Cuando se paró para despedirse, acepté y cerré con mis dos manos la derecha del grande hombre que había hecho vibrar la espada libertadora de Chile y del Perú.”[4] El primer encuentro de Alberdi con San Martín, se produjo durante 1843, en la casa de un amigo en París.
 
Uno de los 2 daguerrotipos de 1848
            Esperamos haber contribuido a reunir las distintas descripciones físicas escritas del General San Martín, para que puedan ser comparadas y que los lectores puedan formar “su” imagen visual del Libertador. Por nuestra parte quedamos con la intención de reunir la mayor cantidad de retratos pintados, muchos de los cuales son muy conocidos y otros no. Al respecto vale consignar que San Martín, además de ser una figura relevante de nuestra historia patria, forma parte también de la historia de la fotografía. Recordemos que en 1848, fue retratado en dos oportunidades, por la novedosa, en ese momento, técnica del daguerrotipo.



[1] Acarminados: que tiene color de carmín.
[2] Cachucha: especie de gorra
[3] Diario La Prensa de Buenos Aires; El retrato del General San Martín, 25 de febrero de 1978.
[4] Alberdi, Juan Bautista,

sábado, 29 de enero de 2011

Extrañas exequias en Gualeguay, 1861

Microhistoria en la estancia "Las Cabezas"
Desembarco por Bacle
Por Jorge Surraco

Woodbine Hinchliff, miembro de la Real Sociedad de Geografía de Londres, viajó por Brasil y Argentina en 1861, deteniéndose un tiempo en la estancia Las Cabezas de Gualeguay, Entre Ríos. Como resultado de ese viaje publicó uno de sus libros South American Sketches, traducido al castellano sólo en la parte que se refiere a la Argentina con el título Viaje al Plata en 1861, en la colección EL PASADO ARGENTINO, Librería Hachette, 1955. El fragmento que transcribimos y comentamos, fue recogido anteriormente por su traductor, José Luis Busaniche, en la compilación Lecturas de Historia Argentina (relatos contemporáneos 1527-1870),  con primera edición en 1939, reeditado en 1959 y 1971 con nuevo título, Estampas del Pasado,  por Solar Hachette. En este caso hemos consultado el tomo II de la reedición de Hyspamérica de 1986, que mantiene el último título y utiliza el primero como subtítulo.
 

Para ubicarnos mejor en la época del viaje de Woodbine, digamos que 1861 fue el año de la Batalla de Pavón que se libró el 17 de septiembre, que significó el fin de la Confederación Argentina presidida por Santiago Derqui y la reincorporación de la provincia de Buenos Aires que se había segregado en 1852, cuando sus representantes se retiraron del Congreso que estaba elaborando la primera Constitución Argentina que dio la primera organización al país. Recordemos también que la batalla de Pavón fue ganada militarmente por los ejércitos de la Confederación pero un inexplicable abandono del campo de batalla por parte de Urquiza, general en jefe de esos ejércitos, le da la victoria a Bartolomé Mitre que se enteró cuando estaba huyendo del combate luego de presenciar la fuerza arrolladora de la caballería confederada.

Lancero a caballo de Entre Ríos por Palliere


La situación de la provincia de Entre Ríos y de sus principales ciudades y villas, a pesar de las guerras, era floreciente en 1861, tal como lo expresa Humberto Vico en el primer tomo de su Historia de Gualeguay. Saladeros, caleras, graserías, fábricas de ladrillos, molinos, estancias, chacras y granjas, constituían la actividad económica. El departamento Gualeguay estaba integrado por diez distritos y contaba con 17.000 habitantes en esos años, de los cuales 7.000 vivían en la ciudad, que ya contaba con su primer colegio primario donde además se dictaban clases nocturnas para empleados y obreros. También recibía pupilos, medio pupilos y se daban clases a domicilio de idiomas y otras asignaturas. Puerto Ruiz desarrollaba una amplia actividad con barcos de carga como de pasajeros.
Todos estos datos los consigna Martín de Moussy, viajero francés del que nos ocuparemos en otra nota.  
          
Una carrera por Bacle

Volvamos ahora a la estancia Las Cabezas, donde Woodbine Hinchliff está alojado. El viajero británico, entre variadas  observaciones consignadas en su libro, registra la siguiente anécdota: El régimen alimenticio de exclusiva carne debe hacer maravilloso efecto en punto a la fortaleza y robustez entre los gauchos: Casi nunca están enfermos y se recuperan de los golpes con notable facilidad. Una tarde, sin embargo, al terminar el paseo diario y cuando estábamos desensillando y poniendo los recados sobre la empalizada, vino uno de los peones hasta míster Black y dijo al patrón que se sentía enfermo. Al parecer, tiempo atrás había sido arrojado del caballo por la embestida de un toro y no podía reponerse completamente. En verdad que me sorprendió este espécimen de enfermo gaucho, y pregunté a míster  Black si nunca se le habría muerto ningún peón.

Tropa de carretas-1858
Me contó entonces que uno de dos hermanos que trabajaban como peones en la estancia; fué traído una vez medio muerto por una caída idéntica a la ya mencionada. Con anuencia del hermano, trató de sangrarlo, pero la sangre no circulaba ya y en la misma noche el enfermo murió. El hermano sobreviviente pidió entonces permiso a míster Black para llevar el cadáver a enterrar a La Victoria, distante muchas leguas de la estancia, hacia poniente. Dio el permiso el patrón, y al día siguiente se levantó muy temprano para ver cómo se las arreglaban con el cadáver.

El muerto había sido vestido y colocado por sus camaradas en la posición acostumbrada (montado) sobre su propio caballo: las piernas bien atadas al recado; una estaca con horqueta en la punta, adecuadamente puesta, servía de soporte a la cabeza, bajo la barba y mediante otras varias ataduras y fajas, el cuerpo se mantenía firme y daba la impresión de que estaba con vida. 

Corrales de abasto por Bacle

El hermano del muerto montó entonces en su caballo, y como ambos animales estaban acostumbrados a viajar juntos, anduvo todo el día con el cadáver en esa posición, y llegó a La Victoria donde le dió piadosa sepultura. Aquello me pareció tan romántico, tan agreste y tan terrible al mismo tiempo como espectáculo, que no pude menos de imaginar la impresión que habría sentido quien se encontrara en el camino con aquella extraña pareja y lo terrorífico del contraste entre el agitado movimiento del caballo al galope y la pálida faz del jinete muerto.
(Se ha respetado la acentuación y la puntuación del original).

La galera-1857

Es comprensible el comentario del viajero inglés: “…tan romántico, tan agreste y tan terrible…”, lo mismo que el título del comentario, refiriéndose al traslado del gaucho fallecido. Quizá pueda parecer lo mismo desde nuestra mirada actual pero es probable que no lo fuera para el sentimiento nativo de la época, especialmente del campesino. Creo que el hermano no encontró manera más digna de trasladar a quien había sido en vida “un hombre de a caballo”. Por otra parte un traslado más convencional en un cajón que seguramente no tenía a mano o un camastro de arrastre sin ruedas e improvisado, como era también la costumbre de la época, copiada de los indios, hubiera sido de mayor incomodidad y mucho más lento el viaje. 

Gaucho enlazando por Bacle

El relato de míster Woodbine, agitó varias imágenes y datos en mi memoria. Alguien dijo alguna vez, no puedo precisar si poeta o historiador, que: “esta patria se hizo a caballo”.
Este maravilloso animal fue durante varios siglos el principal medio de transporte; maquinaria de guerra; herramienta de trabajo; factor de diversión y hasta poderosa fuerza motriz. No olvidar que los primeros tranvías fueron arrastrados por caballos; ni hablar de norias y piedras de moliendas, aunque aquí también competían las mulas. Y esto no ocurría hace mucho tiempo sino que hasta las décadas de 1950 y 1960, era habitual que lecheros y panaderos hicieran sus entregas en carros tirados por caballos, aún en las grandes ciudades del país. En el siglo XIX, el gaucho vivía más sobre el caballo que sobre la tierra, a tal punto que a muchos les costaba caminar, no se sentían seguros sobre las piernas. En esos años la mayoría de los hombres morían a caballo en las batallas. No cabría entonces en el sentir del hermano un traslado más adecuado del muerto hacia el lugar del entierro.


El Cid Campeador
Anacleto Medina









 Otras imágenes se agitan. Rodrigo Días de Vivar, El Cid Campeador, muerto sobre su caballo en plena batalla y atado a la montura por su gente, siguió aterrorizando a los moros. ¿Historia o leyenda? Nuestros gauchos, sin saberlo, se nutrieron de ambas. Por 1861, mientras el viajero inglés descansaba en “Las Cabezas”, el general gaucho Anacleto Medina, instructor de Pancho Ramírez por disposición de Gervasio de Artigas y supuesto salvador de La Delfina, con más de ochenta años, casi ciego, se hacía atar al caballo y la lanza al brazo para guerrear en los conflictos de su patria, la República Oriental del Uruguay. Claro que aún, como muchas otras de nuestro pasado, estas historias o leyendas, no han encontrado su canción de gesta. 


El carnicero por Bacle
 Otros temas pueden surgir para la reflexión y el análisis del texto de Woodbine Hinchliff, tales como las condiciones del trabajo rural en esos años, la alimentación, a la que el autor adjudica la pronta recuperación de las enfermedades de los gauchos, la falta de atención médica; todos temas recurrentes en los escritos de los extranjeros que visitaron la Argentina en el Siglo XIX.
 
Curiosidades de algunas ilustraciones que acompañan esta nota:
Las imágenes que han dejado los viajeros y litógrafos que visitaron la Argentina en el siglo XIX, así como los pintores e ilustradores locales, también son fuentes de información sobre usos y costumbres no debidamente estudiadas hasta el presente. Con respecto a nuestra reflexión sobre el gaucho y el caballo, hemos encontrado lo siguiente e invitamos a observarlas:

La familia del gaucho por Carlos Morel
  

“La familia del gaucho” de Carlos Morel: El título es para nosotros significativo dado que incluye al perro y al caballo que asoma su cabeza por el lado izquierdo. Lo que no podemos establecer es el rol del segundo personaje masculino.
 



“El mendigo” de César Hipólito Bacle: simplemente como nota curiosa de la presencia del caballo en la sociedad del Río de la Plata que hasta los mendigos pedían montados.








BIBLIOGRAFÍA
Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, T II, Hyspamérica, Bs. As. 1986
Vico, Humberto P., Historia de Gualeguay, T I, Ediciones Colmegna, Santa Fe, 1972

viernes, 14 de enero de 2011

Un viajero inglés de paso por Gualeguay, en 1847

Preparando la Montura por William Mac Cann
  Microhistoria
Por Jorge Surraco

Un comerciante británico, William Mac Cann, visita la Argentina durante el siglo XIX en dos oportunidades. Atraído por los beneficios comerciales obtenidos por otros compatriotas suyos, arriba a Buenos Aires en 1842. Al llegar encuentra las condiciones cambiadas con serios inconvenientes para ejercer el comercio, especialmente el exterior, por la presencia en el Río de La Plata de la escuadra anglo-francesa que comienza a bloquear el estuario. Ante esta situación, el viajero se queda en la ciudad realizando operaciones menores, observando la vida y costumbres de los habitantes dada su inclinación por esos estudios, avalados por una desarrollada cultura. 

Hacia 1845, cuando la escuadra anglo-francesa realiza su mayor ofensiva (recordemos que el Combate de la Vuelta de Obligado se produce el 20 de noviembre de ese año), Mr. Mac Cann regresa a Inglaterra. Con los datos obtenidos en esos años, publica un primer folleto sobre el Río de La Plata y la intervención europea, documento que no se conoce en castellano, pero comentarios sobre su contenido, lo ubican como favorable a la política de relaciones exteriores encarada por Juan Manuel de Rosas, sosteniendo que el bloqueo de la armada europea no resulta propicio a los intereses británicos.

Combate de Obligado

Hacia 1847, la política de Inglaterra hacia la Confederación y el gobernador Rosas cambia, buscando la conciliación y la reanudación de los negocios. William Mac Cann decide emprender un nuevo viaje al Río de la Plata pero ahora, motivado por el interés de conocer la situación de los residentes ingleses en nuestro territorio, realiza una expedición por interior del país. Este viaje lo hace a caballo y acompañado por no más de tres personas en la mayor parte del recorrido que abarcará algo más de tres mil kilómetros. En inglés con el título: “Two Thousand Miles`Ride Through the Argentine Provinces, se publica originalmente en  1852 y en 1939 en castellano: “Viaje a caballo por las provincias argentinas”, con traducción de José Luis Busaniche.


En este viaje recorre la pampa de la actual provincia de Buenos Aires hasta Tapalken, en pleno territorio de indios. De vuelta en Buenos Aires, se dirige a Santa Fe y de allí a Córdoba. En este trayecto lo acompaña una pequeña escolta militar impuesta por las autoridades debido a malestares en la campaña y que él toma, a la escolta, con bastante humor. Vuelto a Santa Fe, cruza el Paraná y recorre la provincia de Entre Ríos, pasando por Gualeguay en el camino de regreso a Buenos Aires, momento que nos interesa en esta oportunidad.

Antes de entrar en nuestro tema, debemos decir que es un libro de viajes bellamente escrito y muy bien traducido pero que además refleja minuciosamente los usos y costumbres de nuestro país en esa época. Aparte de mostrar su asombro por la hospitalidad recibida en todo el recorrido, no comenta ni registra ningún incidente o amenaza de  peligro proveniente de indios o gauchos “alzados”, lo que es asombroso dada la imagen y el relato que tenemos los propios argentinos de esa época.

Pero veamos el relato de Mr. Mac Cann: “…Después de cabalgar unas pocas horas” aclaremos que viene de Gualeguaychú, llegamos a la ciudad de Gualeguay, donde encontramos alojamiento en casa de un confitero francés…” Se entiende que no hay hoteles ni fondas pero ya anda un francés con sus confituras. “…Esta ciudad se halla situada a orillas del río del mismo nombre; pero las embarcaciones no pueden acercarse a menor distancia de tres leguas…” Alrededor de 12 Km.; más o menos donde está hoy Puerto Ruiz, que no tiene muelle en esos años, pero ya se usa para los embarques. 

Gualeguay “…Tiene más o menos la extensión de Gualeguaychú…”; de la vecina ciudad, dice anteriormente en su relato, que parece próspera, se construyen nuevos edificios con alguna rapidez y los habitantes confían en que la población habrá de aumentar en forma considerable. Calcula que los habitantes de Gualeguaychú son unos dos mil quinientos, similar a  Gualeguay, entre los que encuentra “…trecientos vascos e italianos y una docena de ingleses…” cantidades de extranjeros parecidas a las de Gualeguaychú.

Recuerdos de Entre Ríos-Palliere
“En esta región de la provincia se hallan varias estancias de propietarios ingleses y entre ellas la mayor extensión de tierra perteneciente a un súbdito británico en esta parte del mundo. La familia de la señora Brittain –de Sheffield, según creo- posee doscientas leguas cuadradas de terreno, inclusive un buen puerto.” El dato es correcto, no se trata de un error de tipiado. Esas 200 leguas cuadradas son alrededor de quinientas mil hectáreas; treinta y cuatro mil menos o cien mil más de acuerdo a si la legua considerada es inglesa o española. Nos quedamos con la cifra de quinientas mil para los cálculos siguientes. Equivalen a un poco más del 69% de la superficie actual del departamento Gualeguay. 
 
Cuando se mira el mapa de Entre Ríos no puede dejar de surgir el asombro frente al tamaño de esa “chacrita”, ya que era un poco más chica que el departamento actual de Concepción del Uruguay y bastante más grande que cualquiera de los departamentos de Feliciano, Concordia, Diamante o Tala y exactamente el doble de las islas Lechiguanas. Como se sabe, estas islas no estaban explotadas en esa época porque eran inaccesibles, inundables y fundamentalmente, refugio de matreros. Si la superficie de estas islas es restada de la totalidad del departamento gualeyo, la estancia de Mrs. Brittain, superaba sus límites o en otras palabras, Gualeguay era toda de ella y algunas hectáreas más de alguna otra jurisdicción. 

Con razón dirá don Domingo Faustino Sarmiento en 1868, ya en la presidencia del país: “…regir su distribución (de la tierra) por leyes que estorben (que impidan) que un individuo se apodere del territorio que basta en Europa para sostener un reino.”  


No exageraba don Domingo ya que en la superficie de esa ex estancia gualeya, cabían dos Ducados de Luxemburgo o diez Principados de Andorra o treinta de Liechtenstein o dos mil quinientos Principados de Mónaco. Aclaremos que en esa época  como en la de Sarmiento y posteriormente en la del General Roca, había en la provincia de Buenos Aires, estancias mucho más grandes que la de Gualeguay, como también las hubo en Entre Ríos, pero no todas propiedades de ingleses.
Se puede entender la sorpresa de Mr. Mac Cann.

“El número de sus ganados –continúa el viajero hablando de la estancia de su compatriota-se calculaba en unas doscientas cincuenta mil cabezas con un valor de cincuenta mil libras esterlinas. Pero, debido a la desorganización en que se encuentra ahora la provincia, se hace imposible conseguir peones para guardar tal número de animales y por otro lado el gobierno prohíbe la matanza de ganado.”  En el año que William Mac Cann recorre Entre Ríos, finales de 1847, el gobernador, general don Justo José de Urquiza está rechazando la invasión de los hermanos Madariaga de Corrientes, a los que derrota en el Potrero de Vences, justamente el 27 de noviembre de ese año, mientras Mr. Mac Cann, está contando las vacas de Mrs. Brittain
 
Soldados Federales
Con anterioridad, de 1842 a 1845, don Justo tiene que rechazar otra invasión, esta vez de la Banda Oriental que encabeza el general Fructuoso Rivera, llamado “el Pardejón” por don Juan Manuel de Rosas. En esta guerra conocida como “Larga” por los entrerrianos, Gualeguay es escenario de varios sucesos: Urquiza es derrotado por las fuerzas de Rivera, debiendo refugiarse en la isla Tonelero (enero de 1842). El General José María Paz, militar unitario que participa de la invasión, instala por pocos días su cuartel general en Gualeguay, (abril de 1842). 

En mayo de 1843, los generales y hermanos Madariaga invaden Entre Ríos desde Corrientes. El avance de este ejército implica saqueos en todas las poblaciones que encuentra a su paso, incluidas Gualeguay y Nogoyá, ocurriendo en esta última el asesinato de Cipriano de Urquiza, hermano del gobernador (enero de 1844). Gualeguaychú que también ha sido saqueada por las montoneras de los Madariaga, es invadida por el corsario Giuseppe Garibaldi, prócer más tarde de los italianos, llevándose un importante botín después de dos días de saqueo (septiembre de 1844). Recompuesto Urquiza, vuelve de Tonelero persiguiendo a Rivera e invadiendo a su vez a la República Oriental hasta derrotar al "Pardejón" en India Muerta, (marzo de 1845). 


Son años muy agitados para la región, al final de los cuales nos visita Mr. Mac Cann. La prohibición de matar el ganado obedece a un problema provocado por esta guerra que el mismo viajero explica: “…los soldados se quejaron al general Urquiza de que, mientras ellos luchaban en territorio oriental, los vecinos de Entre Ríos se apoderaban de sus ganados, marcándolos indebidamente… Para evitar este daño, Urquiza dio un decreto prohibiendo la marcación de ganado… si bien evitaba un mal, dio lugar a otro mayor… porque…los ganados aumentaron naturalmente…se mezclaron unos con otros y, como no tenían marca, sobrevino la mayor confusión. Muchos propietarios que habían… perdido sus animales marcados, no se atrevían a matar los orejanos…” salvo para el consumo pero con el previo y obligatorio permiso de las autoridades.

Con respecto a la falta de peones, la mayoría ha estado en la guerra con la consiguiente pérdida de vidas y la difícil reinserción a la actividad. Recordar además que el censo de 1849, consigna una población de 47.671 habitantes para toda la provincia y 2.019 para Gualeguay (Reula, t1, pag 214). Por otro lado no resulta fácil el arreo y encierro de semejante cantidad de cabezas en extensiones de campo donde sólo hay algunos corrales de “palo a pique”. Por esos años (1845/46), Mr Richard B. Newton recién está haciendo los primeros alambrados en la provincia de Buenos Aires, pero en áreas pequeñas. El alambrado de estancias comienza recién diez años después. 

Gauchos carneando-Palliere.
En Entre Ríos y en esos años, se cotizan a mayor valor aquellos campos poseedores de “rinconadas” o “rincones”, zonas con cursos de agua en ángulo y de cierto caudal que al impedir el paso de la hacienda, permite “encerrarla”. 

También en el año 1846, se produce en Entre Ríos una de las grandes sequías con incendios de campos que dejan sin pasto a las haciendas; éstas abandonan sus querencias en busca de agua y alimentos. En los veinte años que van de 1830 a 1850, se originan cuatro sequías muy devastadoras, que llevan también a la prohibición de las matanzas de ganado. 

“Algunos propietarios”, cuenta Mr. Mac Cann, perdieron cinco mil animales, otros diez mil, otros cincuenta mil; en una estancia inglesa del sur”, seguramente la de su amiga, “se calculaba en ciento cincuenta mil el número de animales que habían abandonado sus campos de pastoreo dispersándose por toda la provincia, sin haber producido un centavo a sus propietarios.” Y termina comentando con cierta amargura: “Las fortunas, en estas provincias, vienen como las sombras y como ellas se van.”  No obstante esas calamidades, en 1850 pueden contarse 4.000.000 de vacas; 1.800.000 caballos y 2.000.000 de ovejas (Reula, t1, pag 233).

Gauchos de Entre Ríos - Woodbine Parish
En este punto el viajero inglés decide continuar su viaje hacia Buenos Aires. Se le presentan dos posibilidades: una por agua, en barco, que era de alguna manera la normal y la otra a caballo atravesando arroyos, islas y ríos. El comandante de Gualeguay le dice que la segunda alternativa no sólo es peligrosa sino irrealizable, exponiéndose a ser atacado por los desertores “que infectan ese distrito”. Contrariamente a lo que podría pensarse, William Mac Cann elige la segunda opción, recorrido que hoy sigue siendo por lo menos complicado con alguna dosis de peligro, realizando en aquellos años un  viaje a Buenos Aires que resulta toda una aventura, pero… será relatado en otra oportunidad. 


BIBLIOGRAFÍA:
Mac Cann, Villiam: Viaje a Caballo por las provincias argentinas,
traducción de José Luis Busaniche y Floreal Mazía,
Ediciones Solar, Bs. As., 1969 e Hyspamérica, Bs. As., 1985.

Reula, Filiberto: Historia de Entre Ríos,
tomo 1, Editorial Castellví, Santa Fe, 1971.

Machi, Manuel E. y Masramón, Alberto J.
Entre Ríos, Síntesis Histórica
Editorial Sacha, Entre Ríos, 1977.